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idó

IDÒ, ATRÉVASE A HABLAR EN MENORQUÍN

Hay quien dice en Menorca que un foraster (sea turista o residente) que pretenda llegar a ser considerado mínimamente “menorquín”, lo que tiene que hacer es intentar hablar el catalán popularmente conocido como rallar en pla (en castellano “hablar en menorquín”, o “hablar la lengua menorquina”) y que debe ser, fundamentalmente, competente en el dónde, cómo, y cuándo debe decir idò.

Y es que idò, es desde el punto de vista lingüístico, una partícula conversacional que los hablantes del menorquín emplean muy a menudo con distinto significado y entonación, a saber: unas veces como si fuera una conjunción consecutiva, y otras de manera disyuntiva o interrogativa; otras como pregunta o como respuesta; y a veces como interjección o como adverbio.

De modo que “progresar adecuadamente” en Menorca en la llamada “inmersión lingüística” no resulta fácil, entre otras cosas por la versatilidad del idò. El idò y sus usos son, a nuestro entender, la más frecuente y elocuente expresión hablada de los nativos en el uso del rallar en pla, y, quizás, la que más sorprende a las buenas gentes extranjeras que viven en Menorca o la visitan, como por ejemplo los hablantes del catalán común, o del francés y el italiano, que emparentados con el idò menorquín tienen, respectivamente, el doncs, el donc, o el dunque.

Sorpresa aquella extensible, también, a la que deben de tener otros visitantes o residentes que hablan castellano y que utilizan el «pues» como lo más aproximado al uso que hacen los menorquines del idò. Pero también pueden encontrar cierta similitud semántica los argentinos, que emplean el estee; o las personas de habla inglesa, que usan el ok, el so, o el well.

Y antes de seguir, que conste que casi todo lo que sé filológicamente sobre el asunto del idò lo he aprendido de un barbado amigo que, discretamente, vive y trabaja en Menorca, del que recomiendo, a quien interese, que consulte en la “red” un opúsculo que, a mi entender, abarca todo lo que en rigor pude plantearse sobre el idò. Me refiero a: Mascaró, I. (2009), “Aproximació als valors d’ Idò, funcions i melodies”, en PDF: http//seneca.uab.es/atlesentonació).

Sin embargo, a los forasters (visitantes o residentes) les diré que antes de empezar a rallar porque deseen formar parte de la comunidad de hablantes del menorquín (o cuando menos quieran balbucear en pla y sumergirse en los entresijos del idò) empiecen por poner la oreja “en prevenga” por calles, tiendas y mercados. Para ello -si lo desean, y con permiso- les ilustraré con unos supuestos diálogos entre menorquines y en menorquín, análogos a los que se podría escuchar “en directo”, y que traduzco al castellano peninsular:

  • Idò ! Es preu d’es peix ha pujat – ¡Caray! El precio del pescado ha subido
  • Idò, haurà fet mal temps a la mar – Pues habrá hecho mal tiempo en el mar
  • Idò, estic jubilat – Pues sí, estoy jubilado
  • Idò jo també – Pues yo también
  • Se està fent tard – Se está haciendo tarde
  • Idò, mo n’anam – Pues venga, nos vamos
  • Hala idò ! Ens veurem demà – ¡ Hala pues ! Nos veremos mañana
  • Idò, o no vens a sopar ? – Entonces, ¿ no vienes a cenar ?
  • Què feis encara per Ciutadella? – Qué hacéis todavía por Ciutadella?
  • Idò, o no partiu ?    – ¿No os váis ?
  • Idò, o no vens a dinar ? – De manera que no vienes a comer
  • Idò, exacte, no m’agrada s’arrós – Pues claro, no me gusta el arroz

En los tres ejemplos últimos obsérvese que aparece la conjunción disyuntiva o, tan usada interrogativamente y tan empleada en el rallar menorquí, y que tiene, también sus entresijos, acerca del los cuales un amigo ilustrado, barbirrojo de baixamar de es cap de ponent, viene dándome pacientes explicaciones desde hace tiempo. Pero dejemos el tema del o para otra momento.

Continuando con el idò, explicaré una anécdota más bien patética: no es inusual escuchar en determinados ambientes forasters una falsedad, extendida para engaño, quizás, de turistas crédulos, acerca de que el origen del idò es el I do inglés (en cast. “yo hago”), que es, evidentemente, la primera persona del singular del presente de indicativo del verbo To do (en cast. “Hacer”). Tal disparate se justifica (?!) sobre la base de la presunta influencia británica en los menorquines, debida a los pocos más de setenta años que aquellos la ocuparon en los ss. XVIII y XIX .

Va en serio: sobre este solemne engañabobos que es el imposible e inventado origen de la, digamos, conjunción adverbial idò desde la primera persona del presente de indicativo del verbo inglés To do (o sea I do), damos fe de haberlo oído en varias ocasiones atrapados en alguna bereneta (en cast. “merienda” ) de esas de “colonia de veranenantes”, sin que nuestra comedida intervención desasnadora haya tenido aparente éxito.

Es en esas encerronas sociales veraniegas en las que, también, uno puede escuchar la consabida parrafada del recién “enamorado de la magia de Menorca”, que en cuanto puede vocea al buen tuntún una tópica y previsible enumeración de los anglicismos “que en su habla guardan celosamente los menorquines” (?!), y que subraya con el brevísimo recitado de unas pocas palabras que casi siempre son las mismas: boinder (en cast. “balcón con vidrieras”), mèrvol (en cast. “canica”), tià (en cast. “cazuela”) -cuando en realidad es de origen genovés-, o bòtil (en cast. “botella”) a pesar de que también se dice bòtil en Mallorca y de que la etimología hispanoárabe de bòtil parece fuera de toda duda.

Paradójicamente, los galicismos más o menos todavía presentes en el rallar en pla no gozan de tanta presunta “magia” ni de tanta “prédica turística”, como por ejemplo otras pocas palabras usadas por los hablantes del menorquín, algunos de cuyos ejemplos serían: bastió, fricandó, pertot, rendivú o polissó (que en cast. es “bastión”, “carne en salsa”, “por todas partes”, “cumplido”, y “pícaro”) y que provendrían del francés bastion, fricandeau, partout, rendez-vous, y polisson. Consecuentemente, a ver si en un par de años -con motivo del doscientos cincuenta y “algo” aniversario de la conquista de Menorca por los franceses (completada en 1756) y de su breve presencia en la isla (hasta el 1763)- un par de avispados profesores de alguna Universidad de sa península, presentan en público un estudio confeccionado pro panem lucrando, y que debería tener el previsible título de Els galicismes en el català de Menorca.

Con todo ello presente, idò, atrévase a hablar en menorquín.

“Friedrich E.”, 1º de Mayo de 2012

Cocina y Repostería menorquinas

Quien en Menorca siendo residente o visitante esté interesado en saber qué se entiende por «cocina tradicional de Menorca», y consecuentemente desee tener entre las manos una fuente bibliográfica solvente y no un folleto para guiris, y quien esté harto de que le presenten como platos típicos lo que es comistrajo para paladares sometidos a las falacias del turismo de masas, no puede dejar de consultar y manejar un curioso y extraordinario libro que se tituló en latín «De re cibaria», escrito por el menorquín Pedro Ballester y Pons (1856-1946), y cuya 1ª edición aparecida en 1923, en castellano, editó en Maó el impresor Manuel Sintes Rotger.

No estará de más decir que el erudito título («De re cibaria», que en castellano sería quizás «Sobre las cosas del comer») que Pedro Ballester escogió, debió ser por referencia al «De re cibaria» que en el año 1560 editó en Lyon un autor francés, Jean-Baptiste Bruyérin Champer (1497- ? ), y si bien ese era un voluminoso compendio de la cocina europea de los ss. XV y XVI, la obra más modesta del menorquín alcanzó a exponer, en los años 1920, cuando menos toda la tradición gastronómica de Menorca iniciada y desarrollada desde la conquista catalana de la isla en el año 1287.

El firmante de estas líneas conoció este interesantísimo libro en una 3ª edición de 1973, editada en castellano. Librito que compró en Ciutadella en el verano de 1974, por 230 pesetas. Años aquellos en que ya se hacía notablemente visible el progresivo desembarco masivo en Menorca de catalanes sesentayochescos, tardohippies madrileños, exmaoístas peligrosamente licenciados en economía, así como muchos soldados – forasteros de recluta, acuartelados forzosamente en Menorca- algunos de los cuales mostraban por doquier (durante los rebajes de fin de semana) sus anhelos de etnológos «a la violeta». En el bien entendido que otras cordiales congregaciones forasteras, más acomodadas y holgadas (por ejemplo los vascos y las vascas, o las lombardas y los lombardos, o los bávaros y las bávaras), desembarcarían en Menorca, más o menos masivamente, veinticinco o treinta años después. Pero eso dejémoslo para contar en su día otras amables historias, y a lo que se va:

¡ Cuántos de los, digamos, «pioneros» de los años 1970 eran reconocibles por las calles de Ciutadella o de Es Mercadal, al dirigirse a algún perplejo nativo de secano preguntándole por cómo se iba a las más desérticas de entre las playas menorquinas de difícil acceso…! Y dicho sea de pasada, playas estas que, años más tarde, entre nativos con intereses económicos y «voyeurs» provistos de prismáticos, se llamarían, freudianamente, «vírgenes y tranquilas».

Turistas al fin aquellos, a los que se reconocía porque por paseos y plazas se les veía desplegar el entonces protocolario y obligado «Mapa Arqueológico de Mascaró Pasarius», o leer un ejemplar de la revista «Triunfo», o del diario «Tele-Exprés»; y porque de dentro del capazo con el que cargaban, probablemente, sobresalía un ejemplar del «De re cibaria» de Pedro Ballester.

Acerca del contenido, pues, de «De re cibaria» lo mejor es escoger unas líneas del espléndido prólogo de la edición de 1973, escrito por el profesor e historiador menorquín Joan Hernández i Móra (1904-1984), que dice cosas como estas:

«De re cibaria tiene la vida asegurada para largos años, podemos creer que para siglos, ya que lectores no le faltarán entre los menorquines, generación tras generación. Y tampoco le faltarán entre los forasteros que descubran nuestra isla y desean conocerla.»

«(…) Obra escrita para salvar el tesoro de la tradición culinaria menorquina».

«(…) El libro es folklórico más que culinario».

Y si tuviera que llamar la atención del probable primerizo lector de «De re cibaria», lo haría con el glosario que P. Ballester expone al final de su libro que, alfabéticamente, recoge las voces menorquinas sobre gastronomía y las explica en castellano. Luego le conduciría a que consulte este libro antes de discutirse con quien sea sobre si «mônesa», «maonesa», «maionesa», «mayonesa», o la «mayonnaise» de Richelieu, asunto polémico este que dejo para otra intervención. Y lo mismo haría por lo que hace a la «caldera de langosta» -«para mojar sopas»- que nuestro autor no eleva a honor alguno y de la que propone que se haga con cigalas en vez de langosta, puesto que «(…) apenas se apreciará la diferencia, con la satisfacción del ahorro». Ahí queda eso.

«Friedrich E. »
Equinocio de primavera de 2012

Perspectiva Brandaris cabe a Talis

Perspectiva Brandaris cabe a Talis

En el año 2009, cuando las «vacas empezaban a ser flacas», se decía que las instituciones de Menorca prevían recuperar las trincheras y los bunkers de la Guerra Civil de 1936-1939

Y es que es un patrimonio arquitectónico y paisajístico que no debería abandonarse más de lo que ya está. Porque el plan organizativo de defensa militar de las costas de Menorca  (sobre todo las occidentales) en 1936, no por obvio y lógico deja de ser altamente meritorio. Y en gran parte se debió a las disposiciones del teniente coronel del arma de Artillería, José Brandaris de la Cuesta (JBC), llegado a la isla poco después de los hechos revolucionarios del verano de 1936.

Con JBC se retomó y se desplegó el orden legislativo republicano, y se frenó cualquier aventura e intentos de justicia social revolucionaria (p.e. el despliegue del repartimiento de tierras -entonces todavía en una especie de enfiteusis medieval- entre el campesinado, y la colectivización de las industrias).

De hecho, el teniente coronel Brandaris de la Cuesta (que había nacido en Puerto Rico), tuvo en Menorca las funciones de delegado del Gobierno de la República Española hasta febrero del 1939 en que pasó a Cataluña. Por sus méritos organizativos de la defensa de Menorca y en los trabajos de su  fortificación (sobre todo, en la disposición y aprovisionamiento de las baterías de costa, así como en la construcción de refugios antiaéreos para los civiles), el 14 de noviembre de 1936 ascendió a coronel, y el 11 de Diciembre de 1938 ascendió a general.

Participó luego en la defensa (más bien retirada organizada) de Cataluña por parte del Ejército del Este republicano, de manera que el 24 de enero de 1939 sustituyó al general Riquelme como comandante en jefe de la zona interior de Cataluña. El 28 de febrero, pasó la frontera y se exilió en Francia.

Sin embargo, conviene saber -de la mano de historiadores como Antoni Pons Melià, Deseado Mercadal, y Andreu Murillo- que se puede afirmar con verosimilitud que en 1937 el Estado Mayor (EM) en Madrid del Ejército de la República (el coronel-general Vicente Rojo, en particular, y consecuentemente «a sus órdenes» el teniente coronel Brandaris), no estimaban para Menorca más que en un 40% el máximo de soldados leales a la II República Española de entre la guarnición defensiva de la isla de 3.000 hombres; y que de entre una población de unos 45.000 habitantes isleños, no pasaría del 20 % los dispuestos a defender la isla -decidida y republicanamente- de una invasión militar franquista.

Si a eso se añade la escasez que en la isla había en 1938 de munición, carne, harina, café, azúcar, medicinas, etc…, la capacidad de resistencia de la isla ante una hipotética invasión del Ejército de Franco, no sería, probablemente, «para hacer la ola», como ahora se dice.

¿Por qué, entonces, la isla no fue invadida por los llamados «nacionales»? La respuesta debe ser múltiple, si se considera que además de la importancia persuasiva de la fortificación de la isla, se daba la capacidad disuasoria de los 6 cañones «Vickers» del 38,1 instalados hacia oriente y direccionables hacia occidente, protegiendo, sobre todo, Mahón y La Mola; y si se considera también la inutilidad de Menorca en el marco de la «estrategia del carnero», que desplegó el EM de Franco y sus generales, puesto que tenían a la ciudad de Madrid como principal objetivo a «cornear», o sea a conquistar.

Añádase a ello la sinergia de problemas que una ocupación invasiva de Menorca -y un desgaste de recursos militares- tendría en los EM de Italia y Alemania que ayudaban a Franco y a sus generales, y el malestar que ello podría crear en en las cancillerías de Gran Bretaña y Francia, antiguas poseedoras de la isla como una colonia de sus imperios

No obstante, en mi opinión, el coronel de artillería republicano, José Brandaris de la Cuesta merece que, por ejemplo, la magnífica vista que se ve desde el búnker de levante de la playa y arenal de Sant Tomàs (Menorca), justo al acometer el camino de subida hacia la playa de Talis, se denomine, por ejemplo, «Perspectiva Brandaris».

Friedrich E. (et altri)

Marzo de 2012